Para muchos cristianos, vivir su fe significa discriminación, violencia y, en el peor de los casos, una sentencia de muerte. La persecución de las minorías religiosas aumenta en todo el mundo. Como uno de los grupos más afectados, los cristianos luchan a diario por sobrevivir.
Los ataques violentos contra iglesias y congregaciones de minorías religiosas son habituales en algunas regiones del mundo. En general, en lugar de procesar a los autores, se acusa a los sacerdotes y a los líderes de las comunidades de realizar trabajos misioneros forzados, se les acusa y se les detiene. La gente es perseguida, torturada y asesinada sólo por su fe. La situación de los cristianos en particular es más que preocupante. Hay zonas del mundo donde el cristianismo está amenazado con tal intensidad que equivale a un genocidio. Ya es hora de que se haga justicia a los afectados y que otros no tengan que sufrir lo mismo. La persecución religiosa no debe seguir siendo tolerada y sus víctimas deben ser apoyadas a nivel internacional.
Lo que está en juego
El artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos garantiza la libertad de pensamiento, conciencia y religión. Todo ser humano tiene garantizado el derecho a elegir y vivir libremente su fe. Seguir callando ante el desprecio de este derecho que se produce en todo el mundo es apoyar a los autores. Significa dejar a las víctimas solas en su angustia y envía una señal equivocada a las generaciones futuras.

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